Al momento de iniciar su ministerio, Jesús tenía varias cosas en mente. La primera de ellas era elegir a sus seguidores, hombres y mujeres sin nada de especial que aceptaran voluntariamente acompañarle en sus viajes para ser testigos presenciales de la gloria y el poder de Dios.
Era una escuela teórico-práctica en la que también ellos, sus seguidores, llegado el momento oportuno dentro de su formación, eran enviados por el Maestro a hacer las mismas obras que habían visto.
Sus seguidores fueron a predicar y regresaron atónitos por todo lo que el Espíritu de Dios podía hacer a través de ellos. Jesús dedicó su vida a educar a sus discípulos porque para él formar a otros maestros es tan importante como anunciar la salvación. Y lo sigue siendo.
Tras su muerte y su maravillosa resurrección, Jesucristo continúa hoy en día llamando a sus seguidores personalmente por medio de su Espíritu Santo, formándolos y enviándolos a hacer las mismas obras que él hizo.