La mujer samaritana vivía su vida en medio del rechazo social. La razón de esto se desprende de la historia: cuando los asirios conquistaron las 10 tribus de Israel, sólo la élite intelectual marchó al exilio.
El resto del pueblo quedó cautivo en su propia tierra y los asirios enviaban allí a todos lo extranjeros cautivos de la región, a quienes se les dio cierta instrucción religiosa similar a la judía.
Se los llamó samaritanos. Esta mezcla ilegítima de culturas y matrimonios mixtos era una abominación despreciable para el pueblo judío.
Y como mujer, era aún mayor el desprecio que debía soportar. Jesús se veía como judío, y la mujer lo sabía.
Sin embargo, al final de su breve conversación la mujer experimentó el amor de Dios y descubrió la gran verdad de que Dios no busca raza, ni color, ni lengua, ni religión, sino una relación en espíritu y en verdad con un Dios vivo, donde sea que uno se encuentre.