Jesús iba caminando a la ciudad de Naín acompañado de sus discípulos y más atrás venía la gran multitud que lo seguía siempre.
Cuando llegaron cerca de la entrada de la ciudad, Jesús vio que llevaban a enterrar al hijo único de una madre que también era viuda; y estaba con ella mucha gente de la ciudad que la acompañaba en su sufrimiento y dolor.
Todos lamentando. Todos llorando. Todos preguntándose ¿por qué pasan estas cosas? Nadie con una palabra de esperanza o consuelo.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Luego Jesús se acercó y tocó el cajón y los que lo llevaban se detuvieron.
Y dijo: "Joven, a ti te digo, levántate". Entonces, el que había muerto abrió los ojos, se bajó de su ataúd y hablaba con Jesús mientras caminaban hasta donde estaba su madre.
La multitud quedó espantada y con miedo por haber visto con sus propios ojos a un muerto levantarse. imagínate que ocurra algo así en un velatorio y que el muerto eras tú. ¿Cómo piensas que te miraría la gente? ¿Lo imaginas?
¡Definitivamente con los ojos grandes del asombro! Sin embargo no cesaban de glorificar a Dios, diciendo: "¡Un gran profeta se ha levantado entre nosotros, Dios nos ha visitado!"
La fama de Jesús se extendió como llamas por toda la región de Judea y sus alrededores, tanto, que aún hoy en día sigue extendiéndose en nuestros barrios y ciudades cada vez que se anuncia el evangelio.