Tomemos esta escena una cuadra antes de llegar a la puerta de la sinagoga.
Jesús venía caminando por la calle junto a sus discípulos, más atrás sus seguidores, y mucho más atrás, encapuchados y escondidos entre la multitud sus acusadores, acechándolo a cada paso con el afán de encontrar algo con qué acusarle.
Y Jesús lo sabía.
Ya en la sinagoga, Jesús vio allí a un hombre con la mano seca. Lo llamó y lo puso en medio de la multitud. Esta sería una clase magistral en vivo que dejaría sin palabras a cualquiera que lo presenciara.
Verían nada menos que la manifestación del poder de Dios el Padre de la mano del mismísimo Mesías, un evento histórico y único en su clase en todo el planeta.
Todos verían la gloria de Dios, todos se maravillarían al ver tan grande poder, todos caerían de rodillas dándole gracias a Dios... o al menos eso era lo que Jesús esperaba que sucediera como respuesta a las obras del Padre.
Por alguna razón, a Dios le complacía hacer grandes obras y prodigios los días que no se podía hacer nada, tal vez para enseñarle a los judíos que habían manipulado la ley de Moisés a tal punto, que había perdido su verdadero propósito.
Cada vez que esto ocurría, Jesús pensaba: "Oh Padre, aquí vamos de nuevo a la confrontación...".
Entonces, les preguntó de una manera creativa:
"¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla?".
Nadie respondió porque sabían perfectamente cuál era el punto. El orgullo que sentían era más fuerte que su deseo de conocer la verdad.
Las Escrituras, relatan que Jesús, por primera vez en su ministerio, sintió que la sangre le subía a la cabeza y la piel de su rostro se volvió roja de la indignación, porque dice que "los miró con enojo" (en Marcos 3:5, la palabra griega "orgé", expresa "la ira interna que produce un fuerte sentimiento de oposición contra algo o aguien que considera incorrecto, injusto o malo"), para luego sentir una profunda tristeza, por lo antinatural e inhumano de negar la verdad y abrazar la hipocrecía.
Con pesar, Jesús pidió al hombre que extendiera la mano, y se restauró completamente sana delante de todos.
Algunos quedaron atónitos y salieron a anunciar lo sucedido.
Otros se llenaron de envidia y comenzaron a planear su asesinato.
Pero Jesús siguió su camino dejando en aquella sinagoga un testimonio vivo del poder de Dios y un sello irrefutable de que por ahí había pasado el Señor y Creador del universo.