Jesús enseñaba en la pequeña sala de la casa de Pedro a un grupo considerable de gente, tanto que ya no era posible ingresar -o salir- por la puerta principal.
Sin embargo, los amigos de un paralítico lograron subirlo por la terraza con sogas y luego lo bajaron a través de un agujero que hicieron en el techo.
El paralítico comenzó a descender en medio de la reunión atado con cuerdas como si se tratara de un show teatral. Pero no lo era. Era la realidad de la miseria humana golpeando a todos en la cara.
Una escena dramática que demostraba a todos los presentes que para un caso como este, ni la teoría, ni la filosofía podían hacer nada.
Y como cuando un maestro organiza una actividad dinámica para una clase, Jesús se acercó al paralítico, y dirigiéndose al fariseo con quien venía discutiendo sobre qué podía y qué no podía hacer, le pregunta:
¿Dime, qué es más fácil decir, tus pecados son perdonados, o levántate y anda?
En la mente del fariseo las dos opciones eran absurdos imposibles de hacer desde la perspectiva humana, porque sabía que sólo Dios podía perdoanar pecados.
No supo cómo responder.
Entonces, Jesús, para ayudar a resolver la pregunta, simplemente tomó la mano del paralítico y lo puso a andar.
El fin de aquella dinámica en vivo, fue demostrar Quién respaldaba su palabra y de dónde venía su autoridad para perdonar pecados.
Jesús estableció la verdad más importante de su ministerio: El Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, porque para tal fin fue enviado por su Padre al mundo, para que el mundo fuese salvo por Él.