El origen sagrado de las Escrituras.
Aunque la biblia fue escrita por hombres provenientes de distintos trasfondos sociales y épocas, su contenido, en realidad, es de origen celestial.
Es decir, lo que está escrito en la biblia, es la palabra de Dios.
La iglesia primitiva se refería a la biblia hebrea, como Sagradas Escrituras, justamente por su origen divino. La palabra escrita es la forma primaria en que el Espíritu Santo de Dios eligió para hablarnos y enseñarnos el camino en que debemos andar.
Decimos que la biblia es la palabra de Dios, porque su contenido está respaldado con el poder y la autoridad del mismísimo Dios Creador, y cualquier persona que se acerque a ella con fe en Él y en su Hijo Jesucristo, creyendo lo que está escrito, el Espíritu Santo no fallará en demostrar la veracidad de sus palabras, respondiendo conforme a lo que ha leído.
El texto bíblico es un milagro en conjunto.
Para producir el texto sagrado, el Espíritu de Dios, imprimía en la mente y corazón del escritor bíblico aquello que quería dar a conocer a su pueblo, y este, al que también llamamos “autor sagrado”, lo pasaba a tinta, sin anular su propia personalidad al redactarlo o al editarlo, lo que dio origen a una riquísima variedad de estilos literarios.
¡Qué emocionante debe haber sido pasar por una experiencia así!
La segunda carta de Pedro, dice que “ninguna profecía fue dada jamás por un acto de voluntad humana, sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios”. (2 Pedro 1:21).
Sabemos que esto es así, no solo por fe, sino también por haber sido testigos del cumplimiento de dichas profecías a través de la historia.
Solo restan unas pocas promesas que están a punto de cumplirse, en especial en lo referente a la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Tes. 4:16-17).
El único libro de la biblia que sigue un patrón de inspiración aún más alto, es el libro de Apocalipsis, porque según el testimonio de Juan, fue Jesucristo en persona, quien le dictó el contenido de la profecía, diciendo:
“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”. (Apocalipsis 21:5).
¡Qué experiencia inolvidable debe haber sido para Juan, el discípulo amado!
Nuestra responsabilidad como maestros bíblicos.
Como maestros de la palabra de Dios, nuestra responsabilidad consiste en leerla y estudiarla en profundidad, pidiéndole al Espíritu Santo, quien es el autor original de la misma, que nos conceda la luz necesaria para entender su intención real detrás de las palabras, a fin de guardarnos a nosotros mismos de no caer en ningún error de interpretación.
Si oras con esta intención, puedes estar seguro que el Espíritu Santo no fallará en guiarte y en inspirarte a ti también, para que entiendas la verdad que se ha propuesto enseñarte durante tu lectura personal y estudio de la palabra.
Por supuesto, es muy importante tomarse el tiempo para indagar académicamente en el idioma hebreo y griego, que son las lenguas originales en que fue escrita la palabra de Dios, pero la oración es aún más importante.
Así como la escritura del texto sagrado tiene su origen en la inspiración divina, para entenderla conforme a la voluntad de Dios, necesitamos el mismo tipo de inspiración e intervención del Espíritu, y eso requiere oración y comunión con Dios.
Sabemos que el Espíritu Santo siempre responde a la oración, particularmente si se trata de un maestro llamado por Dios a enseñar su palabra.
El más interesado en que entiendas lo que estás leyendo, es Él. Si lees las Escrituras con un corazón humilde, orando y esperando en silencio, escucharás su voz.
En la epístola a los efesios, Pablo les escribió, diciendo:
"No ceso de dar gracias por ustedes, haciendo memoria de ustedes en mis oraciones, que el Dios del Señor nuestro, Jesús, el Cristo, el Padre de gloria, les dé Espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él" (Efesios 1:16-17).
Recordemos que el Espíritu Santo, es una persona invisible, pero está; y que además de ser Dios Omnipotente, es nuestro amoroso maestro personal.
El Espíritu Santo fue asignado por el Padre, por medio de Jesucristo, para enseñarnos su palabra, en tanto que Él regresa, como él mismo lo anunció, diciendo:
“El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oyen no es mía, sino del Padre que me envió. Estas cosas las he dicho estando con ustedes. Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho”. (Juan 14: 24-26).
Pablo, conociendo esta promesa, escribió a Timoteo, su hijo en la fe, diciendo:
“Tú, sin embargo, persiste en las cosas que has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de quiénes las has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús”. (2 Timoteo 3:14-15).
Y finaliza diciendo:
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16-17).
Pablo, ¡qué gran hombre de Dios!
En un próximo artículo, hablaremos de él, pero por el momento, sigamos su consejo, que como hemos visto, no es el consejo de un hombre, sino del Espíritu Santo, quien por medio de Jesucristo, nos ha dado como maestros a su Iglesia, a fin de perfeccionar a los santos, para la obra del ministerio (Efesios 4:11-12).